«Líbranos de la fiera tiranía
de los humanos, Jove omnipotente»
una oveja decía,
entregando el vellón a la tijera
«que en nuestra pobre gente
hace el pastor más daño
en la semana, que en el mes o el año
la garra de los tigres nos hiciera».

Vengan, padre común de los vivientes,
los veranos ardientes;
venga el invierno frío,
y danos por albergue el bosque umbrío,
dejándonos vivir independientes,
donde jamás oigamos la zampoña
aborrecida, que nos da la roña,
ni veamos armado
del maldito cayado
al hombre destructor que nos maltrata,
y nos trasquila, y ciento a ciento mata.


Suelta la liebre pace
de lo que gusta, y va donde le place,
sin zagal, sin redil y sin cencerro;
y las tristes ovejas ¡duro caso!
si hemos de dar un paso,
tenemos que pedir licencia al perro.

Viste y abriga al hombre nuestra lana;
el carnero es su vianda cotidiana;
y cuando airado envías a la tierra,
por sus delitos, hambre, peste o guerra,
¿quién ha visto que corra sangre humana?
en tus altares? No: la oveja sola
para aplacar tu cólera se inmola.

Él lo peca, y nosotras lo pagamos.
¿Y es razón que sujetas al gobierno

de esta malvada raza, Dios eterno,
para siempre vivamos?
¿Qué te costaba darnos, si ordenabas
que fuésemos esclavas,
menos crueles amos?
Que matanza a matanza y robo a robo,
harto más fiera es el pastor que el lobo.
Mientras que así se queja
la sin ventura oveja

la monda piel fregándose en la grama,
y el vulgo de inocentes baladores
¡vivan los lobos! clama
y ¡mueran los pastores!
y en súbito rebato
cunde el pronunciamiento de hato en hato
el senado ovejuno
«¡ah!» dice, «todo es uno».

LAS OVEJAS ANDRÉS BELLO

La Contra @LaVanguardia 21/11/2020

Santuario Gaia

Víctor Amela Ima Sanchís Lluís Amiguet      

El círculo de la compasión

Cuando Darwin llegó con el Beagle a la Patagonia se horrorizó al ver que los patagones eran bondadosos con su familia y tribu, pero dejaban a sus prisioneros en manos de las niñas y niños, que se divertían emasculándolos y sacándoles los ojos en torturas que se alargaban durante días. Darwin reflexiona sobre aquel suplicio y concluye que la evolución lograría que un día respetaran también a sus vecinos y, después, a todos los humanos; y luego a sus animales domésticos y más adelante, con mayor civilización, a todos los animales. Hasta que el círculo universal de la compasión incluyera a todos los seres vivos. Y se me ocurre que tal vez el refugio de Gaia, la madre tierra, sea una avanzadilla en Catalunya de este deseo universal de convivencia.

¿Por qué fundó el Santuario Gaia?

Mi padre era huérfano, lo criaron los vecinos del barrio y él les cuidaba el ganado. Nací en Sevilla, en las 3.000 Viviendas.

¿Era un barrio duro?

Tanto que nos tuvimos que ir, porque me disparaban con escopetas de balines.

¿Y los animales le sirvieron de apoyo?

Los niños jugábamos en la calle con cajas de cartón y lo compartíamos todo. Yo tenía una perrita, Lulú, a la que adorábamos. Supongo que valorábamos el cariño, porque no teníamos mucho más.

Pero usted hoy no solo acoge perros.

De niño, yo hablaba con las vacas. Mi abuelo estaba orgulloso de que me siguieran con solo mirarlas.

Pero soy vegetariano por una taurina.

¿Cómo?

Cuando vivía en Palma fui a una manifestación antitaurina con mi cartel. Una taurina me chilló: “Tú mucho proteges a los toros, pero bien que te comes a las vacas”.

Aquella frase me hizo pensar y dejé de comer carne.

Fui a una granja y pude oír a los terneros deses­perados llamar a sus madres. ¡Cuánto dolor! Me arrodillé y les pedí perdón por aquel horror y prometí ayudarles. El Santuario Gaia es parte de esa promesa.

Ahora hay 450 animales y en estos ocho años hemos salvado a más de 1500.

¿En qué consiste salvarlos?

En que vivan con dignidad. Llegan al santuario tras sufrir abandono, explotación y maltrato. A menudo, nos avisan de que hay algún animal sufriendo en algún sitio y vamos y hablamos con el propietario y le ofrecemos ayuda.

¿Y los amos se dejan ayudar?

No culpabilizo a nadie por trabajar en un sitio donde se explotan animales, yo he estado comiéndomelos media vida. Solo queremos que recapaciten y ayudarlos a que dejen de hacer sufrir a otros seres vivos. Con amor y respeto.

¿Tienen ayudas públicas?

En España se subvenciona la tauromaquia, pero no a centros como el nuestro que ahorran trabajo a las administraciones.

En el santuario ¿qué sorprende más al visitante?

Que si no los matamos, también los animales envejecen. Por eso choca ver vacas, ovejas o gallinas viejas. A muchos de nuestros animales los tenemos en silla de ruedas.

¿Caben todos?

Hay espacio, 35 hectáreas. Aunque a la Generalitat le parezca insuficiente y no nos deje acoger más vacas. Sí que creen que es espacio suficiente para una granja. Para explotar animales es espacio de sobra, pero para salvarlos, no.

¿Cómo se portan?

Lo que sorprende es lo engañados que estamos con los cerdos, que son más limpios que muchas personas. Se dan baños de barro, porque su piel no transpira. Y nunca usan como lavabo el espacio donde comen.

Si un cerdo tiene alimento sano a su alcance jamás come cualquier cosa; pero si lo matas de hambre y sólo le das basura…

De las vacas sorprende el vínculo que establecen con las personas y otras especies. Pedro, un toro que pesa más de una tonelada, se crio con las ovejas y se hizo amigo de una corderita que se llama Olga. No se va a los prados si no ve a su amiga. Y Samuel, el primer toro que rescatamos, fue mi gran amigo. Su muerte me dejó destrozado.

¿Cómo son las ovejas?

Dulces. Se enamoran para siempre de su pareja y le son fieles toda la vida. También son leales. Tenemos a Diego y Fabiola, que se van a pasear cada día por el bosque como dos enamorados mientras el resto del rebaño duerme la siesta. Llevan ocho años dando ese paseo diario juntos.

¿Los animales sorprenden?

Las gallinas. Irene y Yolanda eran como hermanas hasta que Irene murió y Yolanda vino a avisarnos picando en la puerta. Fuimos a buscar a Irene y cuando la metimos en casa su amiga siguió picando para que le dejáramos estar junto a ella. Y murió al día siguiente.

Acogimos a una poni, Victoria, a la que abandonaron en un camino atada a un poste. En el santuario, protegía a todos los demás. Cuando murió todos aparecieron como por ensalmo para despedirse y mi Samuel siguió allí a su lado durante horas.

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