foto entrada:©Un visón mira a cámara desde su jaula en una granja de visones.
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Juan Ruiz Sierra | Carles Cols – – 20 noviembre 2020
Cada crisis sanitaria nos invita a subir al desván en el que, como Dorian Gray, se esconde el peor retrato de la sociedad: el covid-19 nos ha recordado la existencia en Europa de las crueles granjas de visones
La memoria colectiva es muy perezosa. La crisis sanitaria de las vacas locas corre el riesgo de caer en el olvido. En 1996 se diagnosticó el primer contagio en humanos. Fue una terrible forma de morir. Aquel episodio proporcionó una de esas ocasiones en que los humanos subimos a ese desván en el que guardamos bajo llave, como Dorian Gray, nuestro peor retrato. Descubrimos que el origen de aquella enfermedad era que una parte de la industria ganadera había decidido convertir a las herbívoras vacas en voraces carnívoras. Por ahorrar, les servían en el comedero piensos elaborados con sesos de cordero. Recuérdese también, esto a nivel local, la insensatez del aceite de colza, en resumen, embotellar para consumo humano aceites industriales. Cada crisis sanitaria invita a subir al desván. El coronavirus, esta vez, ha revelado la persistencia en Europa de las granjas de visones, productoras de una materia prima que podría parecer trasnochada, pieles para abrigos, símbolo de lujo, con unos métodos de cría y sacrificio impropios del siglo XXI. Cada año se sacrifican en Europa unos 39 millones de estos mamíferos. Si fueran un país, por población serían el octavo de la UE, entre Polonia y Rumanía, con unos 53 diputados en la Eurocámara, pero su existencia, malvivir y peor morir se ignora.
Sacrificio de visones en Dinamarca, a raíz de la constatación de que el virus covid-19 había mutado en una granja. / REUTERS
A diferencia de las granjas de gallinas o cerdos, cuya crueldad ha sido ampliamente documentada por los grupos animalistas, la de las granjas de visones, salvo en contadas excepciones, ha permanecido alejada del ojo público. Hasta este otoño. Ha sido solo tras el descubrimiento de que el coronavirus puede mutar en los visones, de ahí saltar a los humanos y, en un peligroso alehop, volver de nuevo a los visones en pos de una nueva mutación. La vida de estos animales ya tenía muy poco de envidiable. La mayor parte nacen en primavera, viven unos meses dentro de cajas minúsculas y son sacrificados y despellejados, no precisamente por licenciados en filosofía y ética, en noviembre, cuando su pelo se adapta para la llegada del invierno y adquiere una densidad y textura más suave y densa. Sobrevivían a este ciclo de malvivir y muerte solo las madres reproductoras y unos cuantos machos seleccionados para fecundar a las hembras.
Ahora, en la mayor potencia peletera de Europa, Dinamarca, donde se descubrió la nueva mutación, van a morir absolutamente todos los visones, cerca de 17 millones, un número muy superior a la población del país escandinavo, de menos de seis millones de habitantes. Por cada danés hay casi tres visones, cifra insuficiente, sin embargo, para proporcionarles a cada uno de ellos un abrigo de piel. Se necesitan unos 60 ejemplares para confeccionar una prenda invernal que ha dejado atrás el glamour que irradiaba hace décadas para instalarse en la decadencia. La lista de estados que prohíben la cría del mamífero se alarga cada año y el covid puede ser la puntilla.
Un visón mira a la cámara desde su jaula, el único hogar que conocerá en su medio año de vida. / REUTERS
Con unos 35 centímetros de longitud y un kilo de peso, el visón americano es, desde la actual perspectiva humana, uno de los animales más peligrosos del mundo. Es el perfecto anfitrión del coronavirus, el único capaz de contagiar y ser contagiado por una persona. Antes de la pandemia, su capacidad para sembrar el caos también era amplia. Se escapa con frecuencia de las granjas y, como especie invasora, desequilibra notablemente la balanza del medio natural, en España, por ejemplo, siendo el temible depredador de medio centenar de criaturas autóctonas, entre ellas su primo lejano, el visón europeo, mucho más frágil que el americano y en peligro crítico de extinción: la llegada al viejo continente del visón americano, traído expresamente para la cría en cautividad en el siglo XIX, ha ocasionado que solo queden en Europa unos pocos miles de ejemplares de una criatura que necesita un entorno perfecto para sobrevivir. El visón europeo es lo que los mediambientalistas definen como un bioindicador natural. Su presencia señala que un bosque y su riachuelo están sanos. El americano, en cambio, cría en los lugares más hostiles. A su pesar, si se le obliga, en las granjas.
LA GRAN MATANZA ESCANDINAVA
Dinamarca suele identificarse con tranquilos paseos en bicicleta, comunión con la naturaleza y ayudas sociales. Nunca con la explotación animal. Sin embargo, el país escandinavo alberga a la mitad de la población de visones de Europa. Por pura probabilidad, era el principal candidato para acoger la mutación del virus. Ocurrió a principios de noviembre en la provincia de Jutlandia, y el gobierno danés tardó poco en anunciar el sacrificio de toda la población, advirtiendo de que quizá la efectividad de la futura vacuna estaba en peligro si la nueva variante se extendía. «Podría tener consecuencias devastadoras para la pandemia en el mundo entero», señaló la primera ministra, Mette Frederiksen. Los luteranos no suelen ser muy dados a la hipérbole. Subrayado esto, las palabras de Frederiksen resultan más temibles.
La alerta se ha comprobado exagerada, porque los últimos estudios revelan que la mutación no es todavía muy peligrosa, pero el consenso científico no se ha movido: hay que matar a los visones. A diferencia de perros, gatos y otras bestias, estos mamíferos, en una suerte de venganza por el maltrato recibido, contagian a los humanos a gran escala.
Desde que comenzó la pandemia, han padecido el virus los visones de Dinamarca, Holanda, Suecia, Italia, Estados Unidos, Grecia y España, que cuenta con 37 granjas, la mayoría en Galicia, y una población cercana a 750.000 ejemplares. El pasado verano, Aragón sacrificó 92.700 de estos mamíferos al detectarse un brote en una granja de La Puebla de Valverde, un pequeño pueblo de Teruel que tiene 457 habitantes, un parque eólico y un secadero de jamones. Pero esto fue antes de la mutación danesa y de que se constatara la facilidad con la que el virus pasa de los visones a las personas, un salto que pone en serio peligro la supervivencia del sector peletero. Al menos, en Europa. En el Reino Unido, Francia, Austria y Croacia, la cría del animal está prohibida. En Holanda lo estará a partir del año que viene. En España, mientras tanto, la tradicional reivindicación de las organizaciones ecologistas ha cogido fuerza al calor de la pandemia. «El coronavirus es la gota que colma el vaso», dice Laura Herrero, de WWF, portavoz de la campaña para cerrar las granjas.
China, el último refugio del abrigo
El sector de las pieles ya llevaba años cayendo. La capacidad destructora del visón como especie invasora y la existencia de alternativas sintéticas habían dejado muy atrás los tiempos en los que toda estrella de Hollywood, de la escena operística y hasta de la industria del porno ‘soft’ debía tener un abrigo. El abrigo de visón era el equivalente en piel de los diamantes de Tiffany. Como símbolo que era, llegó a tener su propio título en una de aquellas comedias de Doris Day, ‘That touch of mink’, traducida al español como ‘Suave como el visón’. El protagonista no fue la media naranja perfecta de Day para aquellas películas almibaradas, Rock Hudson, sino Cary Grant. No es de las más recordadas, pero ahí está como prueba del nueve de lo que el abrigo de visón un día fue.
‘Suave como visón‘, comedia protagonizada por Doris Day y Cary Grant.
Ahora solo lo lucen escasos raperos, como Big Boi, y actrices, como Jeniffer Lopez. Cuando lo hacen, son motivo de escarnio, algo que también le ocurrió recientemente a Carmen Lomana, habitual de la prensa rosa y autora de esta confusa frase, escrita en su Twitter junto a una foto posando con un abrigo de alta peletería: «Piel natural porque soy ecológica».
Marcas como Gucci, Chanel, Versace y Armani han abandonado los abrigos de visón, que ahora pueden adquirirse de segunda mano en Ebay o Wallapop por menos de 200 euros. Se trata de una prenda casi proscrita. La Fashion Week de Londres la desterró de sus pasarelas en el 2018. En la de Madrid, su presencia es cada vez más residual. Kim Kardashian, reina de las redes sociales, anunció el año pasado que reconvertiría todos sus artículos de peletería animal en sintética. Más o menos al mismo tiempo, otra monarca, Isabel II de Inglaterra, hizo saber que renunciaba a tener nuevas prendas de visón. Eso sí, las antiguas se las quedaba, porque una cosa es que los tiempos cambien y otra vaciar el fondo de armario.
Elisabeth Taylor, vestida con la piel de 60 visones.
Pero hay un lugar que continúa insuflando esperanza a los peleteros: China, que hasta que el virus mandó parar representaba el 80% del comercio de pieles. Aquí se agarra el sector para sobrevivir. La Asociación Nacional de Criadores de Visón (AGAVI) asegura que da empleo directo a más de 1.500 personas, un trabajo estacional (punto álgido: noviembre, para la matanza) y muy poco cualificado, que debe necesariamente embrutecer a quien lo ejerce. En un vídeo de Igualdad Animal, un antiguo y experimentado empleado de una granja gallega dibujaba hace unos años un escenario “horrible”, donde los trabajadores solían ser “gente conflictiva” a la que no le importaba “despellejar al bicho todavía vivo”, un lugar en el que los visones comparten jaulas diminutas, el alimento escasea y “se comen unos a otros”.
El video no es aconsejable para almas de cántaro, pero es una visita obligada para todos aquellos que, ni que sea por un instante, deseen asomarse al desván donde el género humano guarda el retrato de Dorian Gray. Y, si desean ir más allá, acercarse al cuadro al límite de lo soportable, cabe la opción de visionar ‘Earthling‘, un doloroso documental narrado por Joaquin Phoenix sobre la insana relación de los humanos con el resto de las especies que habitan la Tierra. Los visones solo ocupan unos minutos de la película. La mayor parte de los espectadores son incapaces de llegar a esa parte del film. Abandonan mucho antes. Phoenix solo pone la voz. La suya es, en este caso, una interpretación mucho más pavorosa que la de Joker.
Los ecologistas, en cualquier caso, ponen en duda las cifras laborales que da el gremio peletero. «No nos salen las cuentas», dice Herrero, de WWF, que recuerda que en la granja de la Puebla de Valverde, que albergaba casi 100.000 de estos mamíferos, solo había 14 trabajadores. Es en otoño cuando aumenta brevemente la plantilla. Son los temporeros de la muerte y el despelleje. En principio, los volverá a haber. Porque a pesar del coronavirus y sus mutaciones, de las campañas en contra del negocio y la sensación de que el tren de la moda dejó hace mucho tiempo de pasar por aquí, la instalación turolense piensa volver a abrir. Los daneses, de momento, aún no han dicho qué harán tras sacrificar a 17 millones de ejemplares, una decisión que, por cierto, ha forzado la dimisión del ministro de Agricultura, porque llevó a los visones al cadalso sin pasar por todos los preceptivos pasos legales que exigía tan atrevida decisión. El futuro es incierto. Peludo, se podría añadir.
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