foto entrada: El Refugio del Burrito Málaga
Nadar con delfines, montar a caballo, alimentar a una jirafa, ir a lomos de un elefante, fotografiarse con un guacamayo: ¿El contacto directo con los animales nos beneficia? A ellos seguro que no.
Quien apuesta por este tipo de actividades, quizás, lo hace con las mejores intenciones. Pero hay que reflexionar sobre si esto no es más que otra forma de maltrato.
¿Qué tipo de persona somos si aceptamos que existan animales esclavos, mantenidos en cautividad en contra de su voluntad, separados de sus madres o crías, y obligados a realizar actividades que van en contra de su propia naturaleza e incluso pueden resultar perjudiciales para su salud física y psicológica?
¿Realmente queremos ver a un elefante, que en la naturaleza vive en grandes manadas y camina hasta 50 Km al día, solo y encadenado?
¿Qué idea nos forjamos sobre las necesidades reales de los delfines, mamíferos capaces de sumergirse hasta los 100 metros de profundidad en busca de alimento, confinados en pequeñas piscinas?
¿Qué imagen nos queda al ver guacamayos, aves que pasan el día volando y buscando alimento en grupos en frondosos bosques de Sudamérica, con las alas cortadas o encerrados en jaulas para que puedan posar en fotografías?
El turismo y el ocio con animales salvajes es una industria que se lucra con su sufrimiento y transmite una gran mentira: que los animales en cautividad son felices y que el contacto forzado con las personas es positivo para ellos.
Obligar a un animal a una vida en cautiverio para nuestra diversión y explotación, deshumaniza, embrutece e insensibiliza a la sociedad ante los actos de degradación y de crueldad a los que se ven sometidos.
En Tailandia, Thong Bai es una estrella. Con los años, este paquidermo se ha convertido en el símbolo de la omnipotencia de los elefantes. Le hemos visto en muchas películas y en anuncios de cerveza. El problema es que Thong Bai no pidió nada. Nunca quiso convertirse en una estrella, nunca quiso ser un símbolo; porque Thong Bai ha pasado toda su vida mutilado, maltratado, ultrajado, encadenado. ¡¡Toda su vida!!…
La cruel vida de los burros de Santorini, en manos de la conciencia de los turistas
Los turistas se han servido de esos burros para subir los infernales seiscientos escalones que conducen a sus hoteles o a los miradores, en la zona elevada de los acantilados. Los cruceros les dejan en el puerto, y para hacer ese paseo típico -siempre en ascenso- utilizan un teleférico, los burros o el reto de los escalones. A muchos turistas siempre les ha hecho «gracia» esa estampa de otro siglo. fuente © DIARIO ABC, S.L.
Pacma grabó un vídeo que se hizo viral y denunció el maltrato que sufren los burro-taxis de Mijas, Málaga
Las continuas denuncias por las condiciones en las que viven estos burritos han conseguido que sus vidas pasen de infernales a miserables.
“Platero y yo” Juan Ramón Jiménez
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: “¿Platero?”, y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel…
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