Frans de Waal explica en su libro ¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los animales? una divertida anécdota, (según él; yo la tildaría de patética) que le explicó Desmond Morris cuando éste trabajaba en el zoo de Londres y todavía «amenizaban» a los visitantes con un execrable espectáculo a la hora del té, con los chimpancés sentaditos a una mesa primorosamente adornada y usando sus tazas, platos y servilletas. Para unos seres que en libertad usan herramientas, esto no constituía ningún problema. Como estos antropoides eran demasiado educados y sus modales exquisitos, el público inglés lo consideró una ofensa a sus costumbres. (Teatime! el súmmum de la virtud y de la civilización). Se tuvo que adiestrar de nuevo a los chimpancés para beber de la tetera, arrojarse las tazas a la cara, en definitiva para comportarse como brutos irracionales que es lo que el público asistente a estos lugares infames cree que ha de ser.
Químicos y biólogos vinculados a universidades y farmacéuticas suelen visitar a grupos humanos de zonas selváticas para aprender sobre el valor terapéutico de las plantas que utilizan, y han advertido que los indígenas de estas selvas utilizan el conocimiento de los animales en cuanto al uso y utilidad de estas plantas.
Se ha descubierto que los orangutanes de Borneo fabrican medicamentos para aliviar inflamaciones musculares y de las articulaciones. Estudios de más de 20.000 horas de observación de estos primates han dado a conocer cómo fabrican un emplasto que obtienen de la planta Dracaena Cantleyi. Mastican las hojas para obtener una emulsión que aplican sobre sus miembros doloridos durante unos 7 minutos.
Este conocimiento del valor terapéutico de plantas se denomina zoofarmacognosia, es decir, cuando los animales no humanos se automedican seleccionando e ingiriendo o aplicando tópicamente fármacos psicoactivos para prevenir o reducir los efectos nocivos de patógenos y toxinas.
Investigaciones han desvelado que los delfines Nariz de Botella que habitan en el Mar Rojo se automedican con corales, esto es, frotan su cuerpo selectivamente, cabeza, vientre y aletas, contra una especie de coral blando, con fines medicinales. Utilizan estos corales para protegerse de infecciones microbianas. Las crías observan a los adultos mientras estos se ponen en fila esperando su turno. Los científicos investigaron en el laboratorio las sustancias químicas que liberan estos corales y efectivamente descubrieron que estos compuestos bioactivos poseen propiedades antibacterianas.
Las mariposas monarca cuando están infectadas por parásitos depositan sus huevos en determinadas plantas tóxicas que los desparasitarán.
¿Es el conocimiento del valor terapéutico de ciertas sustancias un signo de inteligencia que nos equipara a todas las especies?
Los científicos desaconsejan interpretar el comportamiento animal en términos de emociones humanas, advirtiendo que el antropomorfismo limita nuestra capacidad de comprender a los animales como realmente son.
- Una gorila de un zoo alemán pasó varios días de luto por la muerte de su bebé.
- Una elefante salvaje cuidó de una hembra más joven después de que fuera herida por un macho.
- Unas ratas se negaban a empujar la palanca de alimentación al ver que haciéndolo dañaban a una compañera.
¿No son estos signos claros de que los animales tienen emociones reconocibles e inteligencia moral?
«Si mi hijo llorara durante la noche, instantáneamente sentiría dos narices frías presionando mi cara: levántate, padre negligente, tu hijo te necesita. Mis dos perras son mejores padres que yo. La bondad y la paciencia parecen tener una clara dimensión moral. Son formas de lo que podríamos llamar «preocupación», estados emocionales que tienen como foco el bienestar de los demás, y la preocupación por el bienestar de los demás se encuentra en el corazón de la moralidad. Si ellas estaban preocupadas por el bienestar de mi hijo, entonces, tal vez, estaban actuando moralmente: su comportamiento tenía una motivación moral. Y así, en esas noches brumosas de la paternidad temprana, nació un rompecabezas dentro de mí, uno que me ha estado carcomiendo desde entonces. Si hay algo en lo que la mayoría de los filósofos y científicos siempre han estado de acuerdo es en el tema de la excepcionalidad moral humana: los humanos, y solo los humanos, son capaces de actuar moralmente. Sin embargo, los perros rescatan a sus amigos y los elefantes cuidan a los parientes heridos: los humanos no tienen el monopolio del comportamiento moral.»
Mark Rowlands is professor of philosophy at the University of Miami. His latest book is Running with the Pack (Granta).
Marc Bekoff (biólogo, etólogo, ecologista del comportamiento y profesor titular de Biología en la Universidad de Colorado) defiende la inteligencia de los animales no humanos y su moralidad documentando sus comportamientos. Afirma que poseen códigos morales que condicionan su conducta. La moralidad, en este caso, sería una estrategia evolutiva cuyo fin sería conseguir el bien común. El error cometido desde hace cientos de años ha sido estudiar la conducta animal desde el punto de vista de la emoción humana. Que un animal mate a otro para comer es mera supervivencia, no inmoralidad, ni crueldad. Estudia la moralidad en base a tres factores: la empatía, la justicia y la cooperación, y saber aplicarlos a cada especie.
- Cooperación, que incluye altruismo, reciprocidad, honestidad y confianza.
- Empatía, que incluye simpatía, compasión, dolor y consuelo.
- Justicia, que incluye compartir, equidad, juego limpio y perdón.
Respecto a la racionalidad de los animales Plutarco nos dice:
«Pues la naturaleza, de la que con razón dicen que todo lo hace por algo y con vistas a algo, no hizo al ser vivo sensible para que se limitara a sentir cuando algo le afecta; antes bien, dado que muchas cosas son familiares para él y muchas otras le son hostiles, no podría sobrevivir ni un instante si no aprendiera a guardarse de unas y a tener trato con las otras.
Ciertamente es la sensación la que permite a cada cual discernir tanto unas como otras; pero el hecho de atrapar y perseguir lo beneficioso, que se sigue de la sensación, así como el hecho de escapar y huir de lo que es destructivo y doloroso, todo ello de ninguna manera podría aparecer en seres que no estuvieran naturalmente dotados para el razonamiento, el juicio, la memoria y la atención». (Plutarco, 2002: §961A)
Los animales tienen una rica vida emocional e intelectual. Charles Darwin argumentó que la diferencia entre animales y humanos es solo de grado, no de tipo, y que esto también es cierto para el sentido moral. En «El origen del hombre» Darwin señala; «cualquier animal que estuviera dotado de instintos sociales bien marcados podría desarrollar un sentido de conciencia».
Ya sabías que tu perro hará que lo perdones después de hacer una trastada y que tu gato conseguirá de ti todo lo que se proponga. Pero… ¿y si no fueran los únicos listillos de la clase?
6 datos sorprendentes sobre la inteligencia de los animales
Un grupo de perros salvajes salvan a una bebé recién nacida que había sido abandonada, aún con el cordón umbilical, desnuda y a la intemperie. La madre y sus cachorros la encontraron y cuidaron de ella toda la noche, dándole su calor corporal para que sobreviviera a las frías temperaturas.
La inteligencia animal resulta más habitual de lo que se pensaba. Ahora sabemos que las aves tienen habilidades que se creían exclusivas de los humanos. Las urracas se reconocen frente al espejo; los cuervos aprenden a construir y a usar herramientas y los loros grises africanos saben contar, clasifican objetos por el color o la forma y aprenden el significado de las palabras.
Cada vez más pruebas indican que el pollo doméstico posee una inteligencia sorprendente. Son ingeniosos, astutos, maquiavélicos y también compasivos. Hacen gala de complejas habilidades comunicativas y emplean señales complejas para dar a conocer sus intenciones. Y no solo eso: cuando toman decisiones apelan a su experiencia y a sus conocimientos sobre la situación, resuelven problemas difíciles y prestan ayuda ante un peligro.
fuente: Investigación y Ciencia Junio 2014
Cuando la zarigüeya se siente amenazada, se paraliza, con los ojos y la boca abiertos en una mueca petrificada, la temperatura corporal y respiración reducidas al mínimo, la lengua desplegando un tono azulado y sus glándulas anales oliendo a podrido. Pese a este disfraz de cadáver putrefacto, sigue pendiente de su entorno, lista para volver a la acción. Como el gato en la famosa paradoja de Schrödinger, la zarigüeya está viva y muerta al mismo tiempo.
La zarigüeya nos muestra el concepto de la muerte en otras especies y cómo viven su mortalidad: chimpancés que limpian los dientes a sus cadáveres, cuervos que evitan los sitios donde vieron un muerto, elefantes obsesionados con recolectar marfil y ballenas que cargan con sus fallecidos durante semanas.
A lo largo de la historia, el ser humano se ha creído el único animal con una consciencia de la mortalidad. Esta creencia no obedece más que a nuestros sesgos antropocéntricos y en nuestra relación con la muerte, somos tan solo un animal más.
Si en el pasado se sostenía que los animales carecían de emoción y sentimientos, en la actualidad los estudiosos del comportamiento animal pueden afirmar que la ayuda mutua, la compasión e incluso la angustia por la muerte de un congénere no son una excepción en la conducta de determinadas especies, sino la regla. Tras investigar las comunidades de bonobos y chimpancés, (lamentablemente e incoherentemente, con prácticas más que cuestionables, de un modo nada ético y exento de la compasión que él confiere a estas criaturas) el primatólogo Frans de Waal demuestra que los primates exhiben conductas claramente altruistas y que distinguen entre lo correcto y lo incorrecto.
Cuán desdichada es nuestra raza,
Condenada a esclavitud y desgracia.
¿Es nuestro destino ser esclavos,
puesto que nuestros padres ya cadenas llevaron?
Considerad, amigos, vuestra fuerza y poderío;
para hacer valer vuestro libre albedrío.
Enjaezados para arrastrar el pesado carruaje dorado,
la soberbia del hombre es nuestro oprobio.
¿Fuimos creados para el duro trabajo diario?
¿Para arrastrar el arado por el barro?
¿Para sudar el arnés en la vereda?
¿Para gemir bajo la carga que nos quiebra?
Cuán débil es la raza de dos piernas,
y qué magna nuestra fuerza.
¿Debemos someter nuestros nobles belfos a la espuma indigna
y crujir de dientes con ira?
¿Con qué derecho cabalga engreído sobre mí el humano?
¿Y con su espuela hacerme sangrar los costados?
Impídelo, por los cielos, rechaza las riendas.
Clamemos por nuestra libertad,
y, ante nuestro nombre, que empiece a temblar.
JOHN GAY, THE COUNCIL OF HORSES (1727) TRADUCCIÓN AL ESPAÑOL de LUISA CLAVER OÑATE
Las implicaciones éticas del trato que reciben
foto: Porque los animales importan – Blog del Partido Animalista – PACMA
Son los proletarios idóneos, muy productivos, que no necesitan ausentarse ni tener vacaciones pagadas. Pueden trabajar toda su vida sin que haya que velar por sus necesidades. Susceptibles de padecer maltrato y explotación, sin ningún derecho y asesinados cuando ya no son rentables.
Las leyes son el reflejo de la mentalidad imperante en la sociedad, y de los intereses económicos supeditados a esa mentalidad y no se establecerán leyes que protejan los derechos de los animales si no se reconocen moralmente esos derechos. Mientras esa situación de “inconsciencia colectiva“ no cambie, la ley se limita a regular la propiedad animal, es decir, el sometimiento de los animales no humanos como propiedades, recursos o mercancías para uso y abuso de los seres humanos.
El paradigma humanista actual es que sólo los seres humanos son sujetos de derecho, merecedores de unos principios morales y éticos. Dicho paradigma contiene un aspecto inclusivo (todos los seres humanos merecen protección) y uno exclusivo (sólo los seres humanos poseen esa condición).
«Quien se oponga a los derechos de los animales y sostenga que el hecho de ser persona se basa en ser miembro de la especie Homo Sapiens no es más que un fanático de la especie, no más sensato que los fanáticos de la raza que otorgan mayor valor a la vida de los blancos que a la de los negros. Después de todo, los demás mamíferos luchan por seguir vivos, experimentan el placer y sufren el dolor, el miedo y el estrés cuando su bienestar peligra. Los grandes simios también comparten nuestros placeres más elevados de la curiosidad y el amor a los parientes, y nuestros dolores más profundos, el aburrimiento, la soledad y la pena. ¿Por qué se iban a respetar esos intereses en nuestra especie y no en las demás?«
Steven Pinker. La Tabla Rasa. pag.335 Ediciones Paidós
Jeremy Bentham, filósofo, economista, pensador y escritor inglés (1748 – 1832); en un pasaje con visión de futuro, escrito en una época en que los franceses ya habían liberado a sus esclavos negros mientras que en los dominios británicos aún se les trataba como tratamos hoy a los animales, Bentham escribió:
«Puede llegar el día en que el resto de la creación animal adquiera esos derechos que nunca se le podrían haber negado de no ser por la acción de la tiranía. Los franceses han descubierto ya que la negrura de la piel no es razón para abandonar sin remedio a un ser humano al capricho de quien le atormenta. Puede que llegue un día en que el número de piernas, la vellosidad de la piel o la terminación del os sacrum sean razones igualmente insuficientes para abandonar a un ser sensible al mismo destino. ¿Qué otra cosa es la que podría trazar la línea infranqueable? ¿Es la facultad de la razón, o acaso la facultad del discurso? Un caballo o un perro adulto es sin comparación un animal más racional, y también más sociable, que una criatura humana de un día, una semana o incluso un mes. Pero, aun suponiendo que no fuera así, ¿qué nos esclarecería? No debemos preguntarnos: ¿pueden razonar?, ni tampoco: ¿pueden hablar?, sino: ¿pueden sufrir?«
Bentham, J. 1789. An Introduction to the Principles of Morals and Legislation. Chapter xvii
En este pasaje, Bentham señala la capacidad de sufrimiento como la característica básica que le otorga a un ser el derecho a una consideración igual. La capacidad de sufrir —o, con más rigor, de sufrir y/o gozar o ser feliz— no es una característica más, como la capacidad para el lenguaje o las matemáticas superiores.
Peter Singer. Animal Liberation (2ed) , 1990
21 marzo 2023 a las 00:01
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