Los zoos son una reliquia del siglo XIX, cada día más difícil de defender, profundamente ligados al colonialismo y al supremacismo de la época.

Asegurar que los zoos son una ventana abierta a la naturaleza incidiendo en su proyecto pedagógico es cuando menos perverso. Lo que se aprende visitando un zoo es que es aceptable privar a los animales de su libertad para nuestro beneficio. Que es moralmente correcto el dominio y la sumisión entre especies, en vez de educar en el respeto entre ellas.

El zoólogo y etólogo inglés Desmond Morris decidió dejar su puesto de cuidador de mamíferos en el zoo de Londres afirmando que “llegué a aprender lo suficiente para saber el daño que se les hacía a los animales al tenerlos cautivos, y simplemente no quise seguir”.

Frans de Waal explica en su libro ¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los animales? una divertida anécdota, (según él; yo la tildaría de patética) que le explicó Desmond Morris cuando éste trabajaba en el zoo de Londres y todavía “amenizaban” a los visitantes con un execrable espectáculo a la hora del té, con los chimpancés sentaditos a una mesa primorosamente adornada y usando sus tazas, platos y servilletas. Para unos seres que en libertad usan herramientas, esto no constituía ningún problema. Como estos antropoides eran demasiado educados y sus modales exquisitos, el público inglés lo consideró una ofensa a sus costumbres. (Teatime! el súmmum de la virtud y de la civilización). Se tuvo que adiestrar a los chimpancés para beber de la tetera, arrojarse las tazas a la cara, en definitiva para comportarse como brutos irracionales que es lo que el público asistente a estos lugares infames cree que ha de ser.

Apelar a su función conservacionista, defender los zoos como lugares de preservación de determinadas especies, es otra de las perversidades esgrimidas para mantener abiertos estos lugares.

Lo que debemos reflexionar es si importa más la desaparición de una determinada especie o el sufrimiento individual de los seres que la conforman. Una especie no sufre su desaparición, quienes sufren son cada uno de los individuos que forman parte de la misma, y por ello, la existencia de un determinado grupo jamás justifica el confinamiento de por vida y la esclavitud.

Un rinoceronte salvaje que se halle al borde de la extinción está probablemente más satisfecho que un ternero que pasa su corta vida dentro de una caja minúscula, y que es engordado para producir jugosos bistecs. El satisfecho rinoceronte no está menos contento por ser uno de los últimos ejemplares de su especie. El éxito numérico de la especie del ternero es un pobre consuelo para el sufrimiento que el individuo soporta.

Sapiens. De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad, Yuval Noah Harari

No existe una forma éticamente aceptable de mantener a los animales encerrados. Fuera de su hábitat, de su clima y de sus fuentes de alimento, confinados durante toda su vida, cualquier medida que se tome para paliar su calvario será insuficiente.

No es fácil para nuestro cerebro humano ponernos en el lugar de un tigre, un elefante, una jirafa o un hipopótamo. Pero deberíamos intentarlo. Nos resultan fascinantes, nos encanta mirarlos y por eso los convertimos en fantasmas de sí mismos. Animales que parecen animales pero que no presentan ningún comportamiento animal. De cerca, sólo transmiten frustración y miedo.

Los tigres son cazadores solitarios con un olfato y un oído extremadamente sensibles, que viven en vastos territorios, siempre cerca del agua, y tienen una morfología diseñada para el movimiento.

Los elefantes tienen una vida social muy compleja y organizada. Las manadas viajan en grupos de varias docenas y se estructuran alrededor de un matriarcado. Son nómadas que recorren hasta 80 km en un solo día. Beben mucha agua, que es vital para su bienestar, su vida social y su acicalamiento. Conocemos su larga memoria, su capacidad para utilizar herramientas y sus procesos de duelo por los miembros de su manada.

En los zoos es frecuente verlos meciéndose, balanceándose y sacudiéndose constantemente para descargar el estrés y compensar la falta de movimiento.

Los osos pasan la mayor parte de su vida solos y son ágiles escaladores en busca de alimento. Principalmente activos durante la noche, pasan los meses fríos en hibernación.

En cautividad, los osos muestran comportamientos estereotipados, sobre todo cuando viven en cercados pequeños y vacíos, o cuando pasan las noches encerrados en el interior. Viven en condiciones inhóspitas, sin agua para bañarse, estructuras para escalar ni sustrato natural para cavar.

Tigres, elefantes y osos son sólo algunas de las víctimas, pero muchas, jirafas, hipopótamos, leones, monos, cebras, lobos, focas, rinocerontes, reptiles, pagan con una vida entera de cautiverio y privaciones el precio de nuestro entretenimiento.

Magistral artículo del escritor y periodista Xavier Bru de Sala publicado en El Periódico del sábado, 27/08/2016

Cerrad el Zoo de una vez  Xavier Bru de Sala

Los zoológicos son una escuela de insensibilización ante el sufrimiento animal

Cuando el próximo año el Zoo de Barcelona celebre su 125º aniversario, volveremos a escuchar la ridícula cancioncilla justificativa de los profesionales que viven de él. Afirman que se trata de un espacio destinado a la preservación, a la sensibilización, la educación y la investigación. Por muy loables que sean, y lo son, estas actividades no enmascaran para nada el hecho primordial, absolutamente execrable: el zoo es una prisión de animales. El zoo es un infame campo de concentración donde malviven más de 2.000 animales, encerrados en jaulas o en espacios exiguos, alejados de sus hábitats, obligados a soportar las condiciones impuestas por sus carceleros humanos. En el zoo, los animales apresados se ven privados de ejercer sus funciones vitales, la primera de las cuales consiste en procurarse el alimento, y la segunda, esquivar el ingreso en el estómago de un predador (salvo los pocos afortunados, como los elefantes, que solo temen a los predadores humanos).

Una prisión de animales 

En los zoológicos, unos animales sufren porque deben ser exhibidos a la pública curiosidad de una especie superior. El mensaje que transmite la visita a un zoo es del todo incompatible con el respeto a la biodiversidad. Si sus responsables políticos fueran coherentes con los principios que defienden, el zoo de Barcelona habría dejado de existir hace tiempo. ¿Cómo es que todavía sobrevive, en una ciudad antitaurina y en un país que prohíbe los espectáculos con animales? ¿Cómo es que, después de largas luchas reivindicativas, hemos trasladado las cárceles para humanos al campo, pretendemos cerrar el CIE y en cambio mantenemos la prisión de animales en la Ciutadella? No tiene explicación alguna. No tiene ninguna justificación. No hay nada más anticonservacionista que un zoológico urbano. Es como si los ecologistas adoraran el carbón.

No son necesarias las denuncias sobre el maltrato, aún más brutal y oculto, en los calabozos subterráneos del zoo, porque el hecho esencial no ha variado desde el siglo XIX: los zoos son exactamente lo contrario de lo que presumen, una escuela de insensibilización de visitantes -empezando por los niños- hacia el sufrimiento de los animales. Lo que proclaman los zoos, y más los urbanos, es la superioridad absoluta de nuestra especie sobre todas las demás. Les tenemos encarcelados, sometidos, les tratamos como nos da la gana, y si sobreviven es gracias a nosotros porque nos deben la vida. Somos los reyes de la creación.

La paradoja de Barcelona

Para cualquier animal -y la mayoría están dotados de una capacidad olfativa y auditiva muchas veces superior a la humana-, ser privado de los ruidos y los olores de su hábitat es causa de sufrimiento. Peor todavía: verse obligado a soportar un clima extraño, los malos olores, la polución y los ruidos de todo tipo de máquinas de la ciudad tiene que ser algo muy similar a una tortura. He aquí la paradoja de que una ciudad que se proclama campeona de los valores más avanzados y solidarios mantiene una prisión de más de 13 hectáreas donde se amontonan más de 2.000 animales. Aunque a Barcelona le sobrasen pulmones verdes, que no es precisamente el caso, el zoo debería haberse cerrado.

Poner fin al oprobio

Este maldito campo de concentración lo pagamos los barceloneses con nuestros impuestos. Bastaría, pues, una sola votación del consistorio para poner a fin al oprobio. Hay que suponer que, llegado el caso, solo los populares estarían en contra y que sus súbditos de color naranja se abstendrían para quedar bien. Recordemos que las dos formaciones son partidarias declaradas de infligir sufrimientos innecesarios a los animales. Los socialistas, que defienden la modernidad para disimular su connivencia con el incremento de la desigualdad, tendrían que estar en contra. También los neoconvergentes. Ni que decir tiene que ERC debería haberse lanzado a la yugular de esta grave anomalía. Y que los comunes y la CUP tendrían que competir, sin dejar de tirarse los trastos a la cabeza, por ver quién es más animalista. Pero, muy lamentablemente, nuestros concejales, todos, son cómplices del angustioso sufrimiento de animales. La única noticia publicada, o proclamada, por doquier es que en el zoo de Barcelona ha nacido una jirafa. Milagro. ¡Vaya mérito! Ahora bien, a nadie se le ocurre pedir que la unan a los pocos miles de congéneres que aún sobreviven en libertad.

Cerrar la prisión de animales se dice pronto, argumentan los carceleros y sus insensibilizados amigos cuando se encuentran acorralados. ¿Y qué hacemos con los reclusos? No los podemos soltar por las calles, nadie quiere en Catalunya una reserva como la de Sigean y, manchados de humanos como están los presos, ya no sobrevivirían en sus hábitats. ¡Qué problemón! Pues innovad en programas de readaptación, o regaladlos a zoológicos no urbanos o a ciudades más retrógradas que la nuestra.

Se puede decir más alto pero no más claro

¿Puede alguien explicarme por qué estoy entre rejas y de qué se me acusa?
El Roto

El zoo-lógico

En el siguiente vídeo se muestra un ejemplo del poder de las tecnologías 7D que hacen aún más real lo que se proyecta en la pantalla. ¿Un zoo virtual?

En este zoológico virtual los visitantes pueden interactuar con los animales en espacios que imitan su hábitat natural. Se les puede observar en movimiento mientras se tiene la sensación de estar frente a ellos.

Increíble tecnología 7D con hologramas